La lucha y el trabajo son tan
imprescindibles al perfeccionamiento del espíritu, como el pan material es
indispensable a la manutención del cuerpo físico. Es trabajando y luchando,
sufriendo y aprendiendo, que el alma adquiere las experiencias necesarias en su
marcha hacia la perfección.
En la existencia humana coexisten
el determinismo y el libre albedrio, al mismo tiempo, uniéndose en el sendero
de los destinos, logran la elevación y redención de los hombres.
El primero es absoluto en las más
bajas etapas evolutivas y el segundo se amplía con los valores de la educación
y de la experiencia. Conviene observar que sobre ambos flotan las
determinaciones divinas, basadas en la ley del amor, sagrada y única, de la
cual la profecía fue siempre el más elocuente testimonio.
Establecida la verdad de que el
hombre es libre en la pauta de su educación y de sus méritos, en la ley de las
pruebas, nos cumple reconocer que el propio hombre, a medida que se torna
responsable, organiza el determinismo de su existencia, agravándolo o
suavizándolo en sus rigores, hasta poder elevarse definitivamente a los planos
superiores del Universo.
El hombre es libre en la elección
de su futuro camino, y puede agravar o suavizar el determinismo de su vida,
aunque la determinación divina ley sagrada universal es siempre la del bien y
la de la felicidad para todas sus criaturas, no siempre colabora fielmente con
la generosa providencia. Con los valores educativos que se tienen, los hombres
son convocados a trabajos con responsabilidad junto a los otros seres en duras
pruebas, o en busca de conocimiento para la adquisición de la libertad.
El Creador es siempre el Padre
generoso y sabio, justo y amigo, considerando a los hijos desviados como
incurriendo en largas experiencias. Pero, como Jesús y sus apóstoles son sus
colaboradores divinos, y ellos mismos instituyen las tareas contra el desvío de
las criaturas humanas, enfocan los perjuicios del mal con la fuerza de sus
responsabilidades educativas, a fin de que la Humanidad siga rectamente en su
verdadero camino hacia Dios.
En la Tierra existen seres que
actúan por determinismo, y para que nos hagamos una idea fijémonos en los
animales y los hombres casi salvajes nos dan una idea de los seres que actúan
en el planeta bajo determinación absoluta. Y esas criaturas sirven para
establecer la realidad triste de la mentalidad del mundo, aún distante de la
fórmula del amor, con que el hombre debe ser el legítimo cooperador de Dios,
ordenando con su sabiduría paternal.
Sin saber amar a los irracionales
y a los hermanos más ignorantes colocados bajo su inmediata protección, los
hombres más educados de la Tierra exterminan a los primeros, para su
alimentación, y esclavizan a los segundos como objetos de explotaciones
groseras, con excepciones, de modo que los movilizan al servicio de su egoísmo
y de su ambición.
En todas las situaciones de la
existencia la mente del hombre enfrenta circunstancias del determinismo divino
y del determinismo humano. La circunstancia a ser seguida, por tanto, debe ser
siempre la del primero, a fin de que el segundo sea iluminado, destacándose esa
misma circunstancia por su carácter de beneficio general, muchas veces con el
sacrificio de la satisfacción egoísta de la personalidad. En virtud de esa
característica, el hombre está siempre habilitado, en su intimidad, a escoger
el bien definitivo de todos o el contentamiento transitorio de su “yo”,
fortaleciendo la fraternidad y la luz, o agravando su propio egoísmo.
Extraído del libro “El Consolador” de Chico Xavier
Fuente:
Grupo Asociación Espírita Francisco Javier, Facebook.
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