El
espiritualismo moderno descansa sobre testimonios universales, apoyase en
hechos experimentales observados en todos los puntos del globo por hombres de
las más diversas condiciones, entre quienes se encuentran sabios pertenecientes
a todas las grandes universidades y a muchas academias célebres. Gracias a
ellos, merced a su esfuerzos, la ciencia contemporánea, a pesar de sus vacilaciones,
se ha visto poco a poco arrastrada a interesarse en el estudio del mundo
invisible.
Crece de año
en año el número de los experimentadores; sucédense unas a otras
Investigaciones, y afirmaciones precedentes. De tales observaciones,
multiplicadas hasta lo infinito, se ha desprendido una certeza: la
supervivencia del ser humano, y con ella, las más precisas nociones acerca de
las condiciones de la vida futura.
Por el atento
estudio de los fenómenos, por la comunicación permanente establecida con el más
allá, el espiritualismo moderno viene a reafirmar las grandes tradiciones del
pasado, las enseñanzas de todas las religiones, de todas las filosofías
elevadas en lo que concierne a la inmortalidad del ser y a la existencia de una
causa reguladora del Universo. Les ha prestado una sanción definitiva. Cuanto
anterior a él fue hipótesis y especulación del pensamiento, fue después un
hecho reconocido tal.
Ha hecho más
el espiritualismo, con toda esa suma de estudios e investigaciones proseguida
durante medio siglo, con todos los hechos y con todas las revelaciones que de
ellos derivan, ha constituido una enseñanza nueva, despojada de todo formalismo
oscuro o simbólico, de fácil acceso, aun para los más humildes, y que abre a
los eruditos y a los varias perspectivas acerca de los grados más elevados del
humano conocimiento, acerca de la concepción de un ideal superior. Tal
enseñanza puede satisfacer así a los espíritus más refinados como a los
modestos; pero va dirigida, sobre todo, a los que sufren, a los que gimen bajo
el peso de gravosa carga o de pruebas difíciles, a todos los que tienen
necesidad de una fe que les sostenga en el camino de la Vida, en sus trabajos,
en sus dolores. El espiritualismo moderno responde a esas necesidades ingénitas
en el alma humana.
Con la ley de
las existencias sucesivas nos presenta la Justicia regulando el destino de
todos los seres, con lo que desaparecen las gracias particulares y los
privilegios, la redención de la sangre por un justo, los desheredados y los
favorecidos; todos los espíritus que pueblan la inmensidad, ya diseminados por
el espacio, ya morando en los mundos materiales, son hijos de sus propias
obras: todas las almas, sea que animen cuerpos carnales, sea que esperen
ulteriores encarnaciones, proceden de idéntico origen y están llamadas al mismo
porvenir. Distinguenlas sus méritos, las virtudes adquiridas, no otra cosa;
pero todas pueden elevarse por sus esfuerzos y recorrer la vía de los
perfeccionamientos infinitos. Todos esos espíritus, encaminándose hacia un fin
común, forman una sola familia subdividida en numerosas agrupaciones
simpáticas, , en asociaciones espirituales, de las que la familia humana es una
reducción o un reflejo, y cuyos miembros se siguen unos a otros y asisten
mutuamente a través de sus múltiples existencia viviendo alternativamente la
vida terrestre y la vida libre de los espacios, para volver a reunirse tarde o
temprano. Siendo ello así, la muerte ha perdido ya ese carácter lúgubre y
terrorífico con que hasta hoy se la ha revestido.
Todas nuestras
existencias se entrelazan formando un conjunto único; la muerte no es más que
el tránsito, el paso de una a otra: para el hombre de bien, puerta de oro que
abre ante sus ojos horizontes cada vez más hermosos. Con el materialismo, la
fraternidad era no más que una palabra; el altruismo, una teoría sin raíces y
sin alcance alguno. Sin el porvenir, el hombre había de concretar forzosamente
su atención en el presente, y a los goces que en él puedan tener satisfacción.
Si es la
muerte el fin de todo, ¿a qué imponerse privaciones que nada habrán de
compensar? ¿Para qué la virtud y el sacrificio si todo acaba en la nada?
Resultado inevitable de tales doctrinas había de ser el desarrollo del egoísmo,
febril ansia de riqueza la preocupación exclusiva por los placeres materiales,
lo que equivalía al desencadenamiento de las pasiones. A impulsos de esos
hálitos destructores, la sociedad oscila sobre sus bases, y con ella, todas las
nociones de moralidad, de fraternidad y de solidaridad que el nuevo
espiritualismo se presenta a restaurar y consolidar. Nuestra época, impelida a
la duda y a la negación por las exageraciones teológicas, perdía de vista esa
idea salvadora. El espiritualismo experimental le devuelve la fe perdida,
apoyándola sobre bases nuevas e indestructibles.
Leon Denis
Fuente
de la publicación: Grupo Asociación Espírita Francisco Javier, Facebook.
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