lunes, 30 de julio de 2012

LA FAMILIA




La familia es el instrumento que Dios ha dispuesto entre los seres humanos para favorecer su medio de evolución. Normalmente, las personas tan solo suelen distinguir los lazos de consanguinidad, pero los que conocen el espiritismo saben bien que esa es tan solo la cara visible del entramado, pues detrás de ella se esconden siglos y siglos de luchas y celebraciones, de llantos y alegrías repartidas. Compartir es buen término para definir este concepto, ya que en definitiva, el nexo que nos une a los más cercanos lo marca la participación en experiencias comunes que nos impresionan en una y otra dirección. Yo, con mis actos, afecto a los que pertenecen a mi núcleo de parentela y ellos, a su vez, influyen con sus decisiones en el discurrir de mi existencia.

            Muchos padres se asustan por la rebeldía de sus hijos y se dejan media vida en conflictos con ellos, al tratar de reconducir actitudes que a ningún puerto llegan. Sus vástagos se empeñan en enfrentarse a su influencia intentando colmar así su sed de revolución y manteniendo una disposición indomable frente a cualquier consejo paternal. Son escenarios de contienda que responden al libre albedrío de cada una de las partes, pero que en muchos casos tan solo suponen el resorte de un pasado oculto que esconde “guerras” soterradas de antaño.

           
 El camino del progreso es tan largo y tiene tantos recodos, que tarde o temprano, los espíritus vuelven a coincidir en el plano físico a fin de superar sus antiguas pugnas, actuando los lazos de la carne como herramienta ideal para salvar los viejos rencores y ahora, como almas cogidas de la mano, continuar avanzando juntas elevando sus pasos hacia miras más audaces.


           
 Bienaventurada reencarnación, que nos hace reencontrarnos los unos a los otros, una vez sí y otra también, hasta que se ajustan de forma equilibrada los parámetros del entendimiento entre la prole. Hay que ascender de perspectiva y pensar que hijos, padres o hermanos con los que vamos a convivir en el periplo terrenal, son tan solo una parte de la larga película del devenir, compañeros de viaje con los que deberemos colaborar a fin de aligerar la pesada carga de nuestras alforjas. Sí, ese lastre tan típico de este mundo de pruebas al que no podemos sustraernos, pues todavía no obtuvimos el aprobado en los exámenes del amor y la caridad.

            Por eso el Creador dispuso del mecanismo familiar, para asegurar la supervivencia de sus miembros y entrelazar sus destinos, pues todavía no se supo de ningún ermitaño que en la soledad de su montaña, pudiera evolucionar ajeno al contacto con sus hermanos de tribulación. Qué misión tan importante para los padres, no solo por cubrir las necesidades más perentorias de sus descendientes sino por transmitirles valores plenos de afecto y de cariño, necesarios en el futuro para proseguir con la cadena escalonada de desarrollo moral. Qué reto tan sustancial para los hijos, pues habiendo sido ubicados como centros de un nuevo clan, deben mostrarse agradecidos a sus ascendientes por los esfuerzos desplegados en su prolongada educación, simplemente honrándolos.




            Hay progenitores que confunden a sus retoños con réplicas de sí mismos y que les infunden por ello certificado de copia del original, como si los espíritus pudieran moldearse cual si fueran meras reproducciones de una tienda de juguetes. Al transcurrir de los años y volverse el alma del niño más madura, sufren terrible decepción pues sus vástagos emprenden la ruta de su propia vida porque Dios no solo nos hizo inteligentes sino también libres. Y es que esos pequeños no constituyen piezas tan maleables como para que renuncien a sus inextinguibles ansias de libertad, en un tiempo de crianza que no corre sino que vuela en busca de flamantes desafíos.

            También abundan hijos que cierran sus ásperos oídos a los bellas recomendaciones paternales, mostrando desprecio y temeridad ante las lecciones que la madre experiencia proporciona. Cuando se estiren, víctimas del orgullo y de la dureza de sus corazones,  no sabrán cómo regar ni abonar la planta que es su propia vida. Esta ha de crecer porque es de ley, pero puede que se desenvuelva vestida de espinos a la que nadie quiera acercarse o carezca de la savia suficiente que la impulse hacia la luz, no pudiendo extender sus raíces y marchitando la oportunidad perdida de florecer y madurar que supone la existencia. Tal vez retornen al regazo que les vio nacer en busca de consejo o exhortación porque un buen padre o madre, jamás rehusaría cobijar al hijo pródigo que un día cegó su vista a las tiernas sugerencias de sus ascendientes. Mas los henchidos de soberbia que repudiaron tan sana influencia, volverán a repetir curso en otra aula, puede que con otros maestros y en diferentes escenarios, pero debiendo aprender las mismas lecciones que una vez osaron apartar de su vista. ¡Y cómo duele tener que retomar las clases desde el principio, punzón moral infligido entre las venas de la conciencia, cuando compruebas que los demás han pasado de nivel!


Personas hay que no comprenden cómo los más cercanos a ellos por los vínculos de la carne, pueden traicionarles, contradecirles o simplemente tomar rumbos diferentes y exclaman…”te destierro, porque no eres de los míos ni de nuestra sangre”. Ignoran por completo que los lazos corporales son transitorios y que las auténticas familias son las espirituales, constituidas por el inmortal ligamen del paso de los siglos, forjado en la eterna conflagración del devenir. Si pudieran descorrer el manto del ayer y descubrir qué identidad oculta se esconde tras la máscara del cuerpo…se asombrarían y entenderían por qué el “destino” ha situado a esas almas supuestamente conflictivas entre ellos. Mas el Creador, en su infinita sabiduría, veló la foto de nuestras ancestrales relaciones pretéritas a fin de no interferir con el presente y no desnaturalizar nuestras ligazones. Y hay quien todavía, preso de su desconocimiento, niega la reencarnación al no poder rememorar antiguos episodios del libro de su vida, cuando resulta que esas luchas intestinas entre miembros de un mismo linaje, son la más clara señal que la intuición trae a la conciencia sobre un pasado rebosante de combates, donde las pugnas se abrían paso entre el hierro y el fuego.


Sin embargo y como espíritas, nosotros no permanecemos ignorantes porque hemos accedido a la Doctrina y a su mensaje. Desde la perspectiva de los tiempos, aquella nos descubre el carácter efímero de los lazos de la sangre pero por otro lado, nos insiste en que la coyuntura genética actual nos fue concedida en el plano espiritual para reanudar nuestra ruta hacia la perfección y que nosotros formamos parte del jurado que nos asignó a la misma. Dimos conformidad a los futuros padres, hermanos e incluso hijos. Así pues, sepamos valorar la importancia del núcleo familiar, tanto el de procedencia como el adquirido, pues en él se dirimen en justa lid las leyes universales con nuestra capacidad de elección.

            Por ley de causa y efecto, descendemos a la parentela que nos merecemos, aquella que en un perenne proceso de acción y reacción, nos hemos ganado con los actos del pasado. Por ley del progreso, somos ubicados justo en la combinación humana más adecuada que facilite nuestro perfeccionamiento. Por último, el libre albedrío entra en juego y hará que detengamos nuestra evolución en esa familia mediante el rechazo a la misma, o por el contrario, nos sirva de palanca para acelerar nuestro adelantamiento aceptando la estructura donde hemos sido dispuestos.


Y por supuesto, no olvidemos al resto de la familia que desde la dimensión inmaterial extiende sus vaporosas manos sobre nuestros rostros, aliento que no decae y nos sostiene, aquella que se entristece con nuestras caídas y se regocija con nuestros logros. En efecto, el Padre sabía del desconsuelo que la soledad supondría para el alma encarnada, por lo que dictaminó el apoyo de nuestros hermanos espirituales para tales circunstancias. Puede que no los veamos, pero es seguro que podemos sentir su influencia. Después de todo, la familia está para que no nos sintamos solos, grata compañía ante los sinsabores del destino.

            Bella encrucijada en la que todos nos hallamos inmersos. Sepamos disfrutar de la oportunidad que se nos brinda en esta perpetua travesía de adelantamiento. Nos hemos embarcado en una nave presta  a surcar por océanos infinitos. ¿Conocemos ya nuestro papel dentro de la tripulación?
¡Zarpamos, todo el mundo a sus puestos!

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