lunes, 30 de julio de 2012

LA CARIDAD DESCONOCIDA


La conversación en casa de Pedro versaba, esa noche, sobre la práctica del bien, con la viva colaboración verbal de todos.
¿Cómo expresar la compasión, sin dinero? ¿Por qué medios incentivar la beneficencia, sin recursos monetarios? Con esas interrogaciones, grandes nombres de la fortuna material eran invocados y la mayoría se inclinaba a admitir que solamente los poderosos de la Tierra se encontraban a la altura de poder estimular la piedad activa, cuando el Maestro interfirió, oponiendo bondadoso: -Un sincero devoto de la Ley fue exhortado por determinaciones del Cielo al ejercicio de la beneficencia; mientras tanto, vivía en la extremada pobreza y no podía, de modo alguno, retirar la mínima parcela de su salario para el socorro a los semejantes.
En verdad, daba de sí mismo, cuanto le era posible, en buenas palabras y gestos personales de aliento y estimulo a cuantos se hallaban en sufrimiento y dificultad; sin embargo, le dolía el corazón ante la imposibilidad de distribuir limosna y pan con los andrajosos y hambrientos al margen de su camino.
Rodeado de hijitos pequeñitos, era esclavo del hogar que le absorbía el sudor.
Reconoció, todavía, que, si le era vedado el esfuerzo en la caridad pública, podía perfectamente combatir el mal, en todas las circunstancias de su marcha por la Tierra.
Así es que paso a extinguirlo, con incesante atención, todos los pensamientos inferiores que le eran sugeridos; cuanto contactaba con personas interesadas en la maledicencia, se retraía, cortés, y respondiendo alguna interpelación directa, recordaba esa o aquella pequeña virtud de la victima ausente; si alguien, delante de él, daba pasto a la cólera fácil, consideraba la ira como una enfermedad digna de tratamiento y se recogía a la quietud; insultos ajenos, le golpeaban el espíritu a la manera de moscas en barril de miel, por cuanto, más allá de no reaccionar, proseguía tratando al ofensor con la fraternidad habitual; la calumnia no encontraba acceso en su alma, una vez que toda denuncia torpe se perdía, inútil, en su gran silencio; reparando amenazas sobre la tranquilidad de alguien, intentaba deshacer las nubes de la incomprensión, sin alarde, antes que asumiesen acción tempestuoso; si alguna sentencia condenatoria bailaba en torno al prójimo, movilizaba, espontaneo, todas las posibilidades a su alcance en la defensa delicada e imperceptible; su celo contra la incursión y la extensión del mal era tan fuertemente minucioso que llegaba a retirar detritos y piedras de la vía pública, para que no ofreciesen peligro a los transeúntes.
Adaptando esas directrices, llego al término de la jornada humana, incapaz de atender a las sugestiones de la beneficencia que el mundo conoce.
Jamás pudo dar una ración de sopa u ofrecer una piel de carnero a los hermanos necesitados.
En esa posición, la muerte lo buscó al tribunal divino, donde el servidor humilde compareció receloso y desalentado.
Temía el juicio de las autoridades celestes, cuando, de improviso, fue aureolado por brillante corona, y, porque preguntase, con lagrimas, la razón del inesperado premio, fue informado de que la sublime recompensa se refería a su triunfante posición en la guerra contra el mal, en la que se hizo valeroso emprendedor.
Fijo el Maestro en los aprendices la mirada percuciente y calmo y concluyo, en tono amigo: Distribuyamos el pan y la cobertura, encendamos la luz para la ignorancia e intensifiquemos la fraternidad aniquilando la discordia, más no nos olvidemos del combate metódico y sereno contra el mal, en esfuerzo diario, convencidos de que, con nuestra batalla santificante, conquistaremos la divina corona de la caridad desconocida.

Por el espíritu Neio Lucio – Del Libro: Jesús en el Hogar, Medium: Francisco Cándido Xavier.


Fuente de la publicación: Grupo Asociación Espírita Francisco Javier, Facebook.

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